eXistenZ: de los tiempos en que los videojuegos se vuelven orgánicos

En 1999 todavía no se avizoraba lo que sucedería con las personas en relación con la tecnología y con el reciente internet. Sin embargo, ya para ese año, David Cronenberg había trabajado suficientemente el tema de la relación del ser humano con la tecnología, y cómo puede terminar en una fusión carnal. Esto se ve en películas como Videodrome (1983), Crash (1996) y El almuerzo desnudo (1991). Cronenberg estudió ciencia y literatura, antes de interesarse por el cine, formación que bien han podido influenciar su trabajo en la pantalla gigante, en la medida en que como un anatomista disecciona las entrañas, en sentido literal y figurado, y como literato es capaz de crear mundos verosímiles que parten de su imaginación o tal vez de las dotes de visionario que se le pueden atribuir dado lo que años después de sus realizaciones hemos podido presenciar.

 

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Así, eXistenZ es una película encasillada en el género de la ciencia-ficción y que al día de hoy se concibe cercana a fenómenos observables de la relación hombre-tecnología, cómo cada vez es más factible una simbiosis entre el ser humano y la máquina o, en el presente filme, entre un sujeto y el videojuego que escoge. En el futuro planteado por la historia, los creadores de videojuegos son idolatrados por las personas, se han convertido en estrellas que todos admiran. A ellos les agradecen la oportunidad de cambiar sus vidas, de permitirles vivir una realidad alterna o, si se prefiere, una vida paralela. Esto ha incidido en que no haya claridad entre lo real y lo virtual, esas fronteras se han borrado totalmente. Ya no se sabe si se está en un juego o si se está viviendo la realidad efectiva. Las personas se conectan al videojuego a través de lo orgánico, el videojuego es parte de sus cuerpos, están unidas a ellos a través de un cordón umbilical, elemento altamente simbólico para reflexionar sobre los mensajes filosóficos y psicológicos de esta película. El mismo nombre de los videojuegos resulta altamente diciente: eXistenZ y trasCendenZ, la existencia y la trascendencia del ser humano en la ilusión de hacer carne propia la tecnología.

27 de marzo de 2012

Minority Report: la distopía de una sociedad sin criminales

En este ciclo sobre las distopías hemos tenido la pretendida sociedad perfecta a partir de la ausencia de libros, una sociedad en la que el orgasmo y los sentimientos deben ser evitados para dejarse dominar netamente por la razón, pero una razón manipulada por los gobernantes a través de los medios, que permita la labor del doblepensar, sinónimo de idiotez, como lo plantea 1984. Estas sociedades supuestamente presentan un mundo ideal para los gobernados, pero en realidad es pesadillesco y acomodado a los intereses de quienes detentan el poder y cuyo factor común es procurar la homogeneidad de los ciudadanos en cuestiones ideológicas, anulando las subjetividades.

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La distopía de Steven Spielberg, Minority Report (2002), está basada en un cuento del escritor de ciencia ficción Philip Dick. Se desarrolla en Washington D.C. en el año 2054 en el que el Departamento de Justicia ha obtenido un logro sin igual: hace seis años que en la ciudad no se cometen homicidios, debido a que al interior han desarrollado un sistema que, con tres precogs o entes visionarios, pueden detectar horas o días antes, quién cometerá un crimen y entonces detenerlo antes de que sea un hecho, así evitan numerosos asesinatos. Nadie duda del sistema, confían en la perfección del mismo y es presentado a los ciudadanos como el máximo logro de la justicia, haciendo de él objeto de campaña publicitaria para ganar el favoritismo de los ciudadanos y sobre todo, vender esa idea de que se les protege, de que están seguros y de que necesitan que en el sistema estén a la cabeza quienes han velado por esa seguridad.

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Ante todo, esta obra plantea varios dilemas: ¿qué pasaría si efectivamente se pudiera predecir el futuro, si a la manera de los oráculos griegos, se previera un crimen? ¿Ello implicaría el derecho a negar el libre albedrío que acompaña también las decisiones que cada sujeto toma? Además, ¿se puede ignorar, gracias a la creencia ciega en la tecnología y en su desarrollo, que todo sistema puede fallar?, ¿en dónde quedarían las contingencias o azares de la vida? Por último –y esta es una pregunta inquietante para los abogados– ¿cómo juzgar a una persona por un crimen que aún no ha cometido o quizá no cometerá?

20 de marzo de 2012

1984: la inversión de la verdad

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La novela 1984 la ideó George Orwell en 1948 invirtiendo entonces las últimas dos cifras para ubicar la ficción en un futuro aún lejano. Toda la novela juega con ese tipo de inversiones, que muestran lo contradictorio de un sistema de gobierno que le ha hecho pensar a la gente que obra para que vivan en una sociedad perfecta, que tienen un sistema perfectamente constituido. Así, los tres lemas del Partido Interior son absurdamente contradictorios e irónicos: (1) “La guerra es la paz”, (2) “La libertad es la esclavitud” y (3) “La ignorancia es la fuerza” (Orwell, 1948); como lo son también los cuatro ministerios entre los que se divide el sistema gubernamental: (1) el Ministerio de la Verdad, que se encarga de falsear la realidad y manipular las noticias; (2) el Ministerio de la Paz, dedicado a los asuntos de la guerra; (3) el Ministerio del Amor, que ejerce la coerción física y mental sobre los ciudadanos y (4) el Ministerio de la Abundancia, que administra los cada vez más escasos recursos alimenticios y económicos.

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En el Miniver, nombre para el Ministerio de la Verdad en la neolengua –la lengua oficial de Oceanía– trabaja Winston Smith, el protagonista de esta historia. Su labor consiste en alterar la prensa de tal manera que las noticias que incomodan al Partido sean sustituidas por otras que se adecuen a la verdad oficial o en desaparecer de la prensa esas noticias para afirmar que nunca han sucedido. Así, las personas disidentes son borradas de todos los registros, como si nunca hubieran existido y pasan a la categoría de nopersonas. La única verdad es la que transmite el Partido y las personas deben poseer la capacidad del doblepensar, es decir, de aceptar todo lo que dice el partido así la realidad les diga que están en un error, quien así no lo haga comete el crimental, un crimen mental.

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La presente distopía, llevada al cine por Michael Radford en 1984, no tiene mucha diferencia con los sistemas totalitarios y su forma de proceder, en los que se aliena a los individuos y se les hace creer que viven en una sociedad perfecta, donde todas sus necesidades están satisfechas, y en cuya cabeza se encuentra un Gran Hermano que vela por el orden social, cuida las costumbres y piensa en el bienestar de todos. Una distopía no muy distante de lo que se ha vivido en Latinoamérica y en tantas otras partes del mundo, con un sistema que se alimenta a sí mismo a través de la ideología –o lavado de cerebro–, los medios de comunicación y el fomento de la ignorancia disfrazada de entretenimiento; un sistema que puede hacer pasar por ideal lo que en realidad es una pesadilla, que invierte la verdad para su conveniencia y mantenimiento.

Bibliografía

Orwell, G. (1948). 1984. [Edición electrónica].

Santiago, J. M. 1984, de George Orwell. Recuperado de http://www.bibliopolis.org/articulo/1984.htm.

13 de marzo de 2012

Fahrenheit 451: la distopía de una sociedad sin libros

En este ciclo que inicia se tratará sobre las distopías en el cine. Este término viene a significar el lado negativo de las utopías: unos pocos, en un gobierno totalitario, conciben una sociedad ideal ―para sus intereses― y establecen un sistema en el que los gobernados así lo creen, de manera que se proyecta como una sociedad utópica, ideal, paradisíaca, pero en realidad atenta contra la humanidad misma. Generalmente se proyecta en un futuro de la humanidad, pero la creación de este tipo de historias tiene fuertes cimientos en una realidad actual; por tanto, obras como Fahrenheit 451 (1953) o 1984 (1948), si bien se ubican en el futuro, lo que hacen es advertir sobre lo que se avizora en caso de que se continúen dejando progresar asuntos que comienzan a manifestarse en detrimento de derechos como la libertad y la justicia.

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El título Fahrenheit 451 (1966) alude al grado de temperatura en el cual el papel se quema, tema sobre el cual gira la obra. En esta película, basada en la novela del escritor estadounidense Ray Bradbury, y adaptada por el cineasta francófono François Truffaut, los libros son considerados nocivos, perjudiciales y por ello son quemados por unos bomberos que tienen esta misión, con lo que se comienzan a ver las contradicciones de dicha sociedad. Bomberos al servicio de un estado totalitario, que actúan de manera enajenada, sin dimensionar qué perdían (ellos y la sociedad misma) al incendiarlos.

Es importante tener presente que la novela se gestó en pleno momento del macarthismo (1950-1956) en que impera en Estados Unidos un clima de persecución hacia quienes se sospechaba fueran comunistas; entre los acusados de sospechosos de espionaje soviético o de simpatizantes del comunismo por el senador McCarthy, se encontraban personas de los medios de comunicación, del gobierno, militares, artistas, entre estos últimos Charles Chaplin y Bertolt Brecht; igualmente se censuraron más de 30.000 libros que fueron inmediatamente retirados de bibliotecas y librerías, entre ellos Robin Hood. Este episodio negro de la historia estadounidense también recibió la denominación de “caza de brujas” e inspiró a Arthur Miller para la creación de la que fue su obra de teatro Las brujas de Salem (1953), en el mismo año que Bradbury daba vida a Montag, el bombero en cuyo casco aparecía grabado el número 451.

fahrenheit451photosHan sido muchos los episodios de la historia real y de las ficciones en que la hoguera ha sido el destino de los libros; en ocasiones, accidentales como ocurrió en Alejandría las dos primeras veces, en otras intencionadas, como cuando se buscó borrar el legado de Hipatia; la Inquisición misma cuando se condenaban algunas obras que no eran afines al dogma religioso; Hitler y Stalin también quemaron libros. Definitivamente parece que los libros son peligrosos, es preciso exterminarlos, porque le abren nuevos mundos a las personas, porque pueden volverlas insumisas, inconformes con una realidad en que escasea la libertad, porque permiten precisamente dejar volar la imaginación, fantasear con algo mejor. Si no fuera así, a Don Quijote no le hubieran quemado los libros de caballería, que fueron los que le permitieron soñar con la justicia, con un mundo ideal que reviviera el deseo de ayudar a los desventurados y lo llevaron a la locura; Madame Bovary hubiera sido una esposa fiel y abnegada y Montag no hubiera conocido al amor de su vida.

Conviene reflexionar sobre el por qué una cinta cinematográfica se encarga de advertir de los riesgos de una sociedad carente de libros, entregada netamente a lo audiovisual, una advertencia que llama más la atención cuando proviene de alguien que trabaja con lo audiovisual, cuando un director como Truffaut realiza la adaptación de esta novela; esto no es adrede pues para llegar a ser quien fue, Truffaut mismo le reconoció a la literatura su gran aporte: “Siempre he preferido la imagen de la vida a la vida misma. Opté por el libro y el cine a los once o doce años porque me gusta más ver la vida a través del libro y las películas”. (Citado por Pérez Gómez, s.f., p. 52).

La presente historia hace el acompañamiento a la resolución de la pregunta que se formula el bombero Montag, que le permite distanciarse de su oficio y encontrar la cultura: “¿qué contendrán los libros para estar tan radicalmente prohibidos?”, pregunta que bien puede orientar la visión de este filme.

Referencias

Pérez Gómez, Ángel A. (s.f.).  La obra cinematográfica de François Truffaut.  En: Equipo Reseña. (s.f.).  François Truffaut cineasta (pp. 5-66).  Bilbao: Mensajero.

6 de marzo de 2012